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das Mystische 2.1

Ida y vuelta

La piedra informativa no deja lugar a dudas: verdaderamente estamos en el Punto Mágico, llegar hasta aquí ha merecido la pena. El bosque de pinos, arqueados en danza plástica, guarda nuestras espaldas. La arena, proyectada por el viento, araña con fuerza nuestra piel; estamos seguros de no habernos equivocado. Todo parece confirmar el dicho castizo del actor Antonio Gamero: Como fuera de casa no se está en ningún lao. Contemplamos el mismo escenario que hace 3000 años contemplaron los fenicios, el lugar elegido para la construcción de su famoso templo a Melkart. El atardecer es el mismo que pudieron observar Aníbal y Julio Cesar; al parecer, durante los equinoccios de primavera y otoño, el candente disco solar se situaba justo sobre la vertical del Santuario de Hércules; más tarde, se apagaba en las aguas del atlántico con estruendosos chirridos. A mi lado, escondido en un aparato metálico de forma circular, Dieguito describe su ADN flamenco: me explica que vino de una estrella y hacia una estrella va y la cosa no deja de tener su gracia. Yo le escucho atentamente con un ejemplar de Tusitala bajo el brazo; después, a pesar de las distancias estelares, quedamos para tomar unas huevas aliñadas en la Peña de Emilio Oliva. Todo esto sucede ahora, aquí mismo, delante de la pantalla, en un maravilloso viaje de ida y vuelta. Lo guarda la memoria reciente y el color artificial de las fotografías. Regreso a la playa de Zahara, al chiringuito playero donde retrato a un gitanillo entre dos imágenes casi religiosas. Las dos imágenes reflejan el rostro inanimado de un santo popular; el muchacho, moreno y desgreñado, es mi hijo. Lo mejor de todo, no obstante, es que, en un abrir y cerrar de ojos, estoy de nuevo en casa. Necesito saber que he regresado, que ahora voy a contarlo. Aunque pudiera parecer lo contrario no hay contradicción entre las dos apuestas. Si Borges afirmaba que las vísperas también pertenecen al viaje, yo puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que el destino prefijado del viaje no es otro que el regreso. Lo explica a la perfección Fernando Savater en un ejercicio de filósofo aventurero: Se viaja hacia lo que sea, al capricho, a lo superfluo: se vuelve a lo imprescindible. Por lo común, todo viaje es de ida y vuelta, pero al autentico viajero lo que debe gustarle es la ida, aunque haya luego que volver; en cambio a mí lo que me gusta es el regreso, aunque para disfrutarlo haya que partir antes. ¿Viajero yo? No, sólo "regresador". Verdaderamente estamos en el Punto Mágico: llegar hasta aquí ha merecido la pena.

2 comentarios

Otis B. Driftwood -

Bienllegado, amigo. Hablaremos cuando vuelva de unas minivacaciones que me he tomado :-)

pini -

bienvenido regresador!